Cuando los que sostienen también se quiebran: el silencioso duelo de los médicos forenses tras la tragedia de Jet Set
LEA CON ATENCION. Un
llamado de atención de la Lic. Castillo Liriano, psicóloga Clínica y Forense
que debe ser analizado por las autoridades de Salud Pública, el Gobierno
Central, la Defensa Civil y todos los involucrados en el caso Jet Set, sin duda
el evento más traumático sufrido en la historia de Santo Domingo, desde la fundación
de la isla. LEALO, ESCUCHE ESTE GRITO DE AUXILIO
Por Liris
Castillo-Liriano, Psicóloga Clínica y Forense
Profesora
Universitaria de Psicología (UASD)
La
noche del 6 de abril dejó una marca imborrable en la memoria colectiva de la
República Dominicana. Lo que comenzó como una velada de esparcimiento en la
discoteca Jet Set terminó convirtiéndose en una tragedia de proporciones
devastadoras. Las víctimas mortales, sus familias, la sociedad... todos
quedamos impactados. Pero hay otro grupo de personas cuya historia rara vez se
cuenta: los profesionales que tuvieron que recoger, identificar y acompañar a
esos cuerpos. Hombres y mujeres que, con manos firmes y mirada entrenada,
descienden cada día a los lugares donde la vida ha sido interrumpida
brutalmente. Hoy quiero hablar de ellos.
He
sido psicóloga forense durante más de doce años. He trabajado con víctimas de
violencia de género, de delitos sexuales, con niños, adolescentes, adultos y
familias devastadas por la pérdida. He acompañado también a los equipos
forenses que deben intervenir en situaciones donde el dolor se manifiesta en
carne viva. Y sé —porque lo he vivido— que no hay chaleco emocional que los
proteja completamente. Hay imágenes que no se van, olores que se quedan en la
memoria sensorial, gritos que resuenan aun cuando el día ha terminado.
Es
tiempo de cuidar a quienes nos cuidan. De poner nombre al sufrimiento que no se
ve. De honrar el duelo silencioso de quienes, tras la tragedia, se llevan una
parte de ella para siempre en el alma.
Tras
eventos como el ocurrido en Jet Set, los médicos forenses no solo enfrentan
escenas de devastación física. También cargan con el sufrimiento de los vivos:
el llanto de una madre reconociendo el cuerpo de su hijo, el silencio atónito
de una hermana que no puede articular palabra frente al cadáver de su hermano.
Ellos deben ser fuertes. Deben sostener. Pero… ¿quién los sostiene a ellos?
Burnout
forense: el precio de mirar la muerte de cerca
El
burnout, o síndrome de agotamiento profesional, es una realidad silenciosa en
muchos entornos laborales. Pero en el mundo forense —especialmente en contextos
de catástrofe— este desgaste alcanza niveles alarmantes. No hablamos de
cansancio común. Hablamos de un desgaste del alma. Una fatiga emocional
profunda que puede manifestarse en forma de insomnio, despersonalización,
pérdida de motivación, irritabilidad constante y, en casos más graves, síntomas
depresivos y trastornos de ansiedad.
La
exposición repetida a la muerte, al sufrimiento extremo y a la vulnerabilidad
ajena puede generar lo que llamamos fatiga por compasión. Es el desgaste de
quien da consuelo y contención, mientras su propio mundo interno se va
desmoronando en silencio.
Y lo
más preocupante es que muchos de estos profesionales no piden ayuda. La cultura
institucional, muchas veces, refuerza la idea de que el sufrimiento debe ser
contenido, no expresado. Que mostrar cansancio emocional es signo de debilidad.
Esta visión no solo es errónea, sino peligrosa.
Ojalá
como sociedad aprendamos a mirar más allá del dolor visible. Ojalá podamos
reconocer que quienes sostienen a otros, también necesitan ser sostenidos.
Porque cuando ellos se quiebran —y lo hacen—, el impacto no solo es personal, sino
colectivo.
Señales
de alerta: cómo saber si un profesional está quebrándose por dentro
Existen
señales que deben ponernos en alerta. Algunas son sutiles, otras evidentes:
Irritabilidad
o impaciencia constantes
Dificultad
para dormir o pesadillas frecuentes
Aislamiento
social
Pérdida
de sentido o propósito en la labor
Cinismo
o insensibilidad creciente ante el dolor ajeno
Trastornos
físicos (dolores crónicos, fatiga persistente, problemas gastrointestinales)
Reconocer
estas señales es el primer paso para intervenir.
¿Qué
podemos hacer? El cuidado como acto de resistencia
Las
instituciones que emplean a estos profesionales deben asumir una
responsabilidad activa: ofrecer espacios de apoyo psicológico, supervisión
emocional, protocolos de intervención en crisis y seguimiento post-evento. No
basta con talleres ocasionales ni con discursos de “fortaleza”. Se necesita una
cultura organizacional que normalice el cuidado emocional.
Desde
lo individual hay, también, pequeñas acciones que pueden marcar la diferencia:
Pausas
conscientes durante la jornada
Redes
de apoyo entre colegas, donde se pueda hablar sin juicio
Validación
emocional: permitirse sentir, llorar, enojarse
Espacios
de desconexión real fuera del trabajo
Acceso
a psicoterapia sin burocracia ni estigmas
Cuidarse
no es un lujo. Es una necesidad ética y profesional.
Abrazar
a quienes siempre están firmes
En
cada tragedia colectiva hay héroes anónimos que no salen en las noticias.
Médicos forenses, técnicos de escena del crimen, miembros del servicio de
emergencias y seguridad, psicólogos, trabajadores sociales. Personas que se
arman de valor para que las familias puedan llorar a sus muertos con dignidad.
Pero ellos también lloran. A veces en silencio. A veces en soledad.
Ojalá
como sociedad aprendamos a mirar más allá del dolor visible. Ojalá podamos
reconocer que quienes sostienen a otros, también necesitan ser sostenidos.
Porque cuando ellos se quiebran —y lo hacen—, el impacto no solo es personal, sino
colectivo.
Es
tiempo de cuidar a quienes nos cuidan. De poner nombre al sufrimiento que no se
ve. De honrar el duelo silencioso de quienes, tras la tragedia, se llevan una
parte de ella para siempre en el alma.
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