Y ustedes, ¿saben planchar?
Esta fotografía no es coincidencia. Posé para ella porque en las siguientes líneas quiero contarles la historia del "filo".
Hace siete años, trabajaba en una empresa donde me sentía como pez en el agua. Muy extrovertida yo, amable y servicial. Después de hacer un recorrido saludando a todos mis compañeros, llegué a reunirme con el Financiero.
Cosa extraña que me recibe con la pregunta, ¿Quién plancha tu ropa? Y yo súper segura de mí, llena de orgullo y con un tono medio arrogante, luego de erguir el pecho, hacer un ademan con mis manos y mueca con todo mi rostro, le respondo: yo misma.
Juré que iba a alagar mi perfecta forma de planchar, porque siempre me gusta ir bien planchada y no es un oficio ajeno para mí.
Pero no, me dijo: “se nota”. Su sonrisa de lado, medio burlona empezó a desinflar mi pecho y a decirme que algo no andaba bien.
Obviamente que le pregunté el porque de lo “obvio” y me dijo: “porque tu camisa tiene dos filos”.
Todavía siento la cacimba de agua fría cayendo sobre mi cuerpo. La vergüenza me llenó de pánico e hizo hacerme varias preguntas en milímetros de segundos.
¿Cuántas veces anduve con dos filos en mi camisa?, ¿nunca he sabido planchar?, ¿cómo no me di cuenta?, ¿por qué me pasa esto a mí que soy tan meticulosa? Y otras que ahora no recuerdo.
A veces en la vida, creemos estar haciendo las cosas bien, y hasta presumible nos mostramos. Sin embargo, llega alguien, que, de buena o mala voluntad, nos muestra lo equivocado que siempre estuvimos y nos señala el camino correcto. Hace siete años de esa historia “vergonzosa” y me siento con las mismas ganas de aprender a sacar un solo filo a mi ropa.
Sin querer justificar la manera en que a prendí a planchar, puedo decir que a veces hay personas que están convencidas de que lo están haciendo o diciendo bien, y no necesariamente porque quieran hacerlo mal o porque no tengan la capacidad de hacerlo mejor. Pueden hacerlo excelente, solo necesitan un poco de luz.
Que, así como Alex fue luz para mí, podamos ser luz para otros y que ellos puedan recordarlo como un triunfo, como yo anoche planchando mis camisas y hoy presumiéndoles un solo filo.
Esta fotografía no es coincidencia. Posé para ella porque en las siguientes líneas quiero contarles la historia del "filo".
Hace siete años, trabajaba en una empresa donde me sentía como pez en el agua. Muy extrovertida yo, amable y servicial. Después de hacer un recorrido saludando a todos mis compañeros, llegué a reunirme con el Financiero.
Cosa extraña que me recibe con la pregunta, ¿Quién plancha tu ropa? Y yo súper segura de mí, llena de orgullo y con un tono medio arrogante, luego de erguir el pecho, hacer un ademan con mis manos y mueca con todo mi rostro, le respondo: yo misma.
Juré que iba a alagar mi perfecta forma de planchar, porque siempre me gusta ir bien planchada y no es un oficio ajeno para mí.
Pero no, me dijo: “se nota”. Su sonrisa de lado, medio burlona empezó a desinflar mi pecho y a decirme que algo no andaba bien.
Obviamente que le pregunté el porque de lo “obvio” y me dijo: “porque tu camisa tiene dos filos”.
Todavía siento la cacimba de agua fría cayendo sobre mi cuerpo. La vergüenza me llenó de pánico e hizo hacerme varias preguntas en milímetros de segundos.
¿Cuántas veces anduve con dos filos en mi camisa?, ¿nunca he sabido planchar?, ¿cómo no me di cuenta?, ¿por qué me pasa esto a mí que soy tan meticulosa? Y otras que ahora no recuerdo.
A veces en la vida, creemos estar haciendo las cosas bien, y hasta presumible nos mostramos. Sin embargo, llega alguien, que, de buena o mala voluntad, nos muestra lo equivocado que siempre estuvimos y nos señala el camino correcto. Hace siete años de esa historia “vergonzosa” y me siento con las mismas ganas de aprender a sacar un solo filo a mi ropa.
Sin querer justificar la manera en que a prendí a planchar, puedo decir que a veces hay personas que están convencidas de que lo están haciendo o diciendo bien, y no necesariamente porque quieran hacerlo mal o porque no tengan la capacidad de hacerlo mejor. Pueden hacerlo excelente, solo necesitan un poco de luz.
Que, así como Alex fue luz para mí, podamos ser luz para otros y que ellos puedan recordarlo como un triunfo, como yo anoche planchando mis camisas y hoy presumiéndoles un solo filo.
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